Mem Guímel

Asociación Socio-Cultural MEM GUÍMEL
Por la difusión de la cultura hebrea-Sefardí desde Melilla (España)
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jueves, 7 de junio de 2012

A Don Abraham Sultán S., su última entrevista


A Don Abraham Sultán S., su última entrevista
“Por Samuel Akini Levy”




Hoy fue un día diferente, desde muy temprano en la mañana me ocupé única y exclusivamente de mi querido amigo Don Abraham Sultán S.   Z.L., puedo decir que fui uno de los primeros en llegar a la funeraria, mi cuerpo no había concientizado lo que estaba viviendo. Me recibió en la entrada uno de sus yernos, de inmediato me vuelco a la realidad.  Ya no se trataba como de costumbre  de ir a una de sus cenas, a esas hermosas tertulias en la que haciendo gala de su maravillosa memoria traía a colación historias que nos llenaban de esperanzas. Aquellos verdaderos y muy sentidos relatos  de compañeros, de viejos amigos, de alguna de nuestras familias.  Sí, debo reconocer que a Don Abraham no se le escapaba nadie. Él podía hablar, contar y explicar con lujo de detalles  de una generación a la otra.
 En una oportunidad en la que había dejado un largo vacío a nuestros encuentros, preguntó el por qué de mi ausencia.  Le dije que había estado escribiendo la historia del padre de una señora mayor, por cierto un hombre fallecido no menos de treinta años antes. Le di el nombre del señor consciente de que no sería de relevancia para él. Mi sorpresa fue mayúscula cuando me dijo que recordaba  haber escuchado ese nombre cuando contaba con siete años, me dijo haber conocido a un señor que había llegado a Melilla desde Marruecos, me dijo que el Rey de Marruecos lo había condecorado, pero no se detuvo en ese punto, comenzó a detallarme la ropa que el señor usaba, sorprendentemente era la misma que su hija me había mostrado en las fotos de familia que debía emplear al publicar mi historia.
Me doy cuenta de que sin querer brotan experiencias y cuentos de Don Abraham, pero hoy quiero hacer un recuento formal de lo que vi, lo que viví y sentí durante las horas que pudimos acompañarlo desde la funeraria a las nueve de la mañana hasta las tres y media de la tarde que fue cuando acabó el entierro.
Seguro de que éste será un documento para generaciones venideras, hago un paréntesis en el personaje y paso a detallar lo vivido.
El féretro cubierto con un paño negro que lucía la estrella de David, como signo inequívoco de que el fallecido es un miembro de la comunidad judía, está como de costumbre descansando sobre una alfombra.  En ella se notaban unos grandes candelabros que mantenían unas velas encendidas, lo que hizo que mi cuerpo se crispara de temor. El respeto que este hombre ejercía entre los que lo conocíamos estaba presente, pero más significativo era el saber que ya no lo volvería a ver. La tristeza tomó su lugar y comprendí que la pérdida era irreversible. Con gran sanidad mental, vi a sus hijos y llegó una nueva respuesta, Abraham había sembrado el árbol del amor y sus frutos ya eran maduros, no sólo en sus cuatro hijos, muchos nietos y bisnietos portaban el estandarte de los Sultán. Supe que la comunidad perdía a un adalid, pero ganaba a muchos de la misma familia. Él se había ocupado de mostrar el camino, de enseñar con el ejemplo y de saber valorar lo espiritual más que otras cosas.
Don Abraham reía a plena carcajada al saber que sus hijos habían ayudado en esta o aquella obra benéfica, que estaban dirigiendo o colaborando en esta o aquella institución comunitaria. Allí es donde los grandes hombres muestran su alma. Es así como podemos entender que los que se destacan lo hacen no sólo al ver sus logros en directo sino que se proyectan en los suyos.
La cantidad de personas que hizo acto de presencia para dar un sentido y bien ganado homenaje rompía cualquier cálculo. Lo increíble era ver como la gente lloraba a un ser humano del mismo modo que se le hace a un ídolo. Vi a muchas personas ancianas, que tuvieron que ser auxiliadas para dejar constancia de que a ellos les había irradiado su amor, amistad, confianza, apoyo o su consejo.
Cada uno de los nietos con un dolor que se sentía en toda su dimensión acompañando a sus padres para de algún modo aminorar esa pena que bien sabemos imposible de perder. En ellos vi el rostro sonriente de Abraham, en ellos vi su calor humano, con ellos estoy seguro de que muchos árboles crecerán dando sombra y frutos al mismo jardín.
A cada instante uno podía escuchar palabras elocuentes y generosas a niveles desconocidos, pareciera ser que se hubieran puesto de acuerdo en traer esas historias que por años mantuvieron guardadas para hacérselas llegar a Dios como una carta aval del personaje que se estaba llevando. La variedad de halagos no tenía fin y los comentarios, unos recogidos por mí y otros dejados en manos de la familia, podrían servir para escribir un  par de libros sobre Abraham Sultán el ídolo comunitario.  Creo que ese título puede decir de él mucho pues al mencionar su nombre en cualquier recinto, de inmediato se sentía un aire diferente, el benefactor, el padre de muchos, el que apoyó a muchas familias hacía acto de presencia y era su dignidad, su nobleza a la que el pueblo quería acercarse.
El primer discurso lo hizo Abraham Levy. Su enfoque de igual manera hacía ver a un maestro con el deseo de enseñar y hacer, dejaba ver a un visionario que antes que nada debía unir a las dos comunidades y hacerlas una. Es gracias a ese gran esfuerzo que compartido con el Dr. Rubén Merenfeld se logra consolidar y unir por medio de la CAIV a ambas instituciones. Es gracias a Don Abraham que con su aporte, uno económico y el otro como garante del crédito necesario, se adquiere el terreno y se emprende la obra del Colegio Moral y Luces Hebraica. Levy con un sentir que hacía quebrar su voz nos dejaba ver el dolor que sentía por la pérdida del hombre, del dirigente, maestro y del amigo.
Paso seguido y con ese estilo propio del Rabino Pinchas Brener, nos lleva a esos escondites de la Biblia para sacar debajo de la manga el parecido tanto en nombre como en acción de nuestro Padre Abraham y de nuestro querido amigo. Dejar relucir muchas semejanzas y hace honor y gala en que es un hombre mandado para hacer, para crear como en realidad hizo una comunidad.  Entre sus relatos nos cuenta que en una vista que hizo a Melilla, descubrió cosas que dejaban ver a este hombre como universal, pues su ayuda económica y sus obras de beneficencia traspasaban fronteras y llegaban inclusive  a esa ciudad que lo vio nacer. Es un ejemplo de que el buen hijo siempre regresa a casa. El temple y el amor que nos proyectó sirvieron para poder hacernos una idea de que su trato con los cuerpos rabínicos era acorde a su genialidad. Pues pocos son los hombres que aconsejan a rabinos y estoy seguro de que  él, sin dudas fue uno de ellos.
Para cierre de los discursos, toma la palabra un hombre sencillo pero no menos valioso en lo referente a su palabra. El gerente  de las empresas de Abraham Sultán,  Antonio Rosales, nos presenta la cara de ese empresario que en una modesta oficina pasaba lista todos los días, no para saber su presencia sino para conocer en detalle a cada uno de sus colaboradores. Nos permite saber que el hombre conocía a cada empleado por su nombre y que además estaba al tanto de su familia. Y preguntaba por cómo sigue Pedrito tu hijo o María tu mamá. Sabemos por su boca en los más de treinta años de trabajo, jamás lo escuchó decir una palabrota y que si veía alguna irresponsabilidad en alguno de sus colaboradores, le llamaba la atención y si la falta era mayúscula, su rostro se enrojecía. Ver a un hombre alabando a un jefe, a un amigo con tanta vehemencia, me hizo sentir injusto en mi trato, me doy cuenta de que lo quise y quiero pero que aún siendo éste mi sentir desde siempre, a lo mejor no se lo hice saber cómo en verdad ya está en mi ser, en mi mente y en mi alma.
 Por ello quiero agradecer a sus hijos el haberme permitido acercarme del modo que lo hice por el tiempo y las veces que pude y sé que les robé sus espacios y tiempos.  Pero agrego que ganaron a un amigo, un hermano. Que Dios lo reciba a su derecha,  que sus consejos le sirvan para lograr paz en la tierra y que desde el cielo nos proteja con su cuido y bendiciones.
Para Perlita, Annie, Carlos y Simón Sultán, cuatro maravillosos hijos que son y serán testigos permanentes que pasarán sus enseñanzas de manos entre sus descendientes. Honor a quien honor merece.